No podía dejar pasar la ocasión
de compartir todas las emociones que he vivido en esta última semana desde mi
regreso a Venezuela desde Colombia.
Pero antes de comenzar quiero
contarles que soy Venezolana de nacimiento y sentimiento, pero también soy
Colombiana, de abuela cucuteña. Sangre colombiana corre por mis venas de lo
cual me siento muy orgullosa.
Hasta hace pocos años decidí
reconciliarme con esas raíces ya que mi abuela decía que era venezolana cuando realmente
era colombiana (quizás para no sentir el rechazo que en la época existía hacia
el colombiano que venía a Venezuela en busca de nuevas oportunidades).
Fue
entonces cuando viajé más allá de Cúcuta y fui a Bogotá. Siendo una ciudad muy
hermosa no me sentí identificada con su ajetreada rutina. No obstante, cuando
pisé Medellín, tierra Paisa, sentí que vibraba con esa ciudad. Observé en sus
habitantes una cordialidad que sobrepasa la amabilidad del andino venezolano,
sentí un clima aún más fresco que el de mi querida San Cristóbal, percibí un
empuje propio de los países del primer mundo: un pueblo realmente decidido a
ser cada día mejor.
Quedé embrujada por esa maravillosa
ciudad y por el lema del momento que era: Colombia, el riesgo es que te quieras
quedar. Y que cierto que fue!
Sentía que su música era nuestra
misma música y que sus raíces eran también las nuestras. Su hermosa cordillera
una extensión de las majestuosas montañas que se alzan en los Andes
venezolanos. A su vez, percibí la calma del andino venezolano combinada con el
vos, la chispa y el regionalismo del marabino. Una mezcla realmente encantadora
y muy atractiva para mí que he crecido entre estas dos tierras y que me hacían
sentirme como en casa.
A partir de ese momento Colombia
ha sido para mí mi segundo hogar. Su gente me ha acogido como una más. Me han
servido de guía turístico, cordiales anfitriones y grandes maestros. Sólo puedo
estar agradecida hacia los colombianos.
Recientemente, hace una semana,
regresando de Medellín, me vi enfrentada a la difícil situación de atravesar
una frontera cerrada por la incongruencia y la irracionalidad del gobierno venezolano.
Siendo venezolana me vi forzada a dormir en Cúcuta (nuevamente acogida por excelentes
anfitriones) y al otro día me arriesgué a irme al puente Simón Bolívar sin
saber si podría cruzar la frontera hacia mi propio país. Que ironía!
Afortunadamente corrí con la suerte que justo cuando yo llegué comenzaron a dejar
pasar a los venezolanos, cédula en mano. Puedo decir que me considero
afortunada y agradezco a Dios por haber llegado en el momento justo. Muchos
compatriotas no corrieron con la misma suerte y se vieron forzados a cruzar a
través de ríos y trochas, amenazados por un estado de excepción y sin garantías
constitucionales. No obstante, la sensación de impotencia que sentíamos la cantidad
de venezolanos allí aglomerados, intentando entrar a Venezuela, era
indescriptible. Cuando nos avisaron que nos dejarían pasar, las personas que
allí estaban (muchos desde días antes) comenzamos a cantar el himno nacional.
Finalmente nos acomodaron en dos filas, hombres de un lado y mujeres del otro,
y nos hicieron pasar en fila mostrando nuestra cédula de identidad. No pude
dejar de sentirme como los judíos en los tiempos de los Nazis. Fue una
sensación realmente triste.
Pero eso en verdad no fue nada comparado
con la tristeza que me ha embargado al ver las imágenes de la gran cantidad de
colombianos deportados sin ningún tipo de consideración, dejando detrás los que
por años fueron sus hogares, cargando sobre sus hombros con lo poco que podían
llevar consigo y cruzando la frontera a través de los ríos. Muchas de sus
viviendas fueron cruelmente destruidas para asegurar que no hubiese vuelta
atrás. Una situación sin precedente en las relaciones entre estos dos países
hermanos.
Ante esta situación le escribí a
cada uno de mis queridos amigos colombianos para transmitir la vergüenza y el
dolor que sentía por el trato inhumano que estos hermanos estaban recibiendo en
Venezuela. A lo que sólo respondieron con palabras de solidaridad y apoyo.
Hoy sábado, 31 de agosto leí una
noticia que me llegó al alma. Una campaña organizada por el diario Colombiano
denominada: Chamo, te queremos. Que lección de humildad tan grande. Nuestro
gobierno los echa como perros y ellos nos dicen, hermano venezolano, estamos
contigo.
Ante este hermoso gesto, no podía
menos que escribir estas líneas, líneas de agradecimiento, líneas de admiración,
pero sobre todo líneas de hermandad. Hermano colombiano, te queremos.