sábado, agosto 29, 2015

Hermano colombiano, te queremos!


No podía dejar pasar la ocasión de compartir todas las emociones que he vivido en esta última semana desde mi regreso a Venezuela desde Colombia.

Pero antes de comenzar quiero contarles que soy Venezolana de nacimiento y sentimiento, pero también soy Colombiana, de abuela cucuteña. Sangre colombiana corre por mis venas de lo cual me siento muy orgullosa.

Hasta hace pocos años decidí reconciliarme con esas raíces ya que mi abuela decía que era venezolana cuando realmente era colombiana (quizás para no sentir el rechazo que en la época existía hacia el colombiano que venía a Venezuela en busca de nuevas oportunidades). 

Fue entonces cuando viajé más allá de Cúcuta y fui a Bogotá. Siendo una ciudad muy hermosa no me sentí identificada con su ajetreada rutina. No obstante, cuando pisé Medellín, tierra Paisa, sentí que vibraba con esa ciudad. Observé en sus habitantes una cordialidad que sobrepasa la amabilidad del andino venezolano, sentí un clima aún más fresco que el de mi querida San Cristóbal, percibí un empuje propio de los países del primer mundo: un pueblo realmente decidido a ser cada día mejor.

Quedé embrujada por esa maravillosa ciudad y por el lema del momento que era: Colombia, el riesgo es que te quieras quedar. Y que cierto que fue!

Sentía que su música era nuestra misma música y que sus raíces eran también las nuestras. Su hermosa cordillera una extensión de las majestuosas montañas que se alzan en los Andes venezolanos. A su vez, percibí la calma del andino venezolano combinada con el vos, la chispa y el regionalismo del marabino. Una mezcla realmente encantadora y muy atractiva para mí que he crecido entre estas dos tierras y que me hacían sentirme como en casa.

A partir de ese momento Colombia ha sido para mí mi segundo hogar. Su gente me ha acogido como una más. Me han servido de guía turístico, cordiales anfitriones y grandes maestros. Sólo puedo estar agradecida hacia los colombianos.

Recientemente, hace una semana, regresando de Medellín, me vi enfrentada a la difícil situación de atravesar una frontera cerrada por la incongruencia y la irracionalidad del gobierno venezolano. Siendo venezolana me vi forzada a dormir en Cúcuta (nuevamente acogida por excelentes anfitriones) y al otro día me arriesgué a irme al puente Simón Bolívar sin saber si podría cruzar la frontera hacia mi propio país. Que ironía! 

Afortunadamente corrí con la suerte que justo cuando yo llegué comenzaron a dejar pasar a los venezolanos, cédula en mano. Puedo decir que me considero afortunada y agradezco a Dios por haber llegado en el momento justo. Muchos compatriotas no corrieron con la misma suerte y se vieron forzados a cruzar a través de ríos y trochas, amenazados por un estado de excepción y sin garantías constitucionales. No obstante, la sensación de impotencia que sentíamos la cantidad de venezolanos allí aglomerados, intentando entrar a Venezuela, era indescriptible. Cuando nos avisaron que nos dejarían pasar, las personas que allí estaban (muchos desde días antes) comenzamos a cantar el himno nacional. Finalmente nos acomodaron en dos filas, hombres de un lado y mujeres del otro, y nos hicieron pasar en fila mostrando nuestra cédula de identidad. No pude dejar de sentirme como los judíos en los tiempos de los Nazis. Fue una sensación realmente triste.

Pero eso en verdad no fue nada comparado con la tristeza que me ha embargado al ver las imágenes de la gran cantidad de colombianos deportados sin ningún tipo de consideración, dejando detrás los que por años fueron sus hogares, cargando sobre sus hombros con lo poco que podían llevar consigo y cruzando la frontera a través de los ríos. Muchas de sus viviendas fueron cruelmente destruidas para asegurar que no hubiese vuelta atrás. Una situación sin precedente en las relaciones entre estos dos países hermanos.

Ante esta situación le escribí a cada uno de mis queridos amigos colombianos para transmitir la vergüenza y el dolor que sentía por el trato inhumano que estos hermanos estaban recibiendo en Venezuela. A lo que sólo respondieron con palabras de solidaridad y apoyo.

Hoy sábado, 31 de agosto leí una noticia que me llegó al alma. Una campaña organizada por el diario Colombiano denominada: Chamo, te queremos. Que lección de humildad tan grande. Nuestro gobierno los echa como perros y ellos nos dicen, hermano venezolano, estamos contigo.


Ante este hermoso gesto, no podía menos que escribir estas líneas, líneas de agradecimiento, líneas de admiración, pero sobre todo líneas de hermandad. Hermano colombiano, te queremos.