La
presencia silenciosa es algo que he aprendido a valorar a lo largo del tiempo. No
es algo que sea una fortaleza en mí. Quizás por eso lo valoro más cuando lo veo
en otros.
Es estar
ahí viendo todo y, sin pronunciar palabra, con pequeños y sutiles toques, ser
capaz de influir en instantes diminutos de la vida de otro: con un gesto casi
invisible, con tu presencia o de manera sorpresiva – y en un idioma que no es
el tuyo- decirle a ese otro que es
bienvenido. Es tener la capacidad de observar y saber cómo arrancar una sonrisa
de otro ser humano, de una manera tan apacible que ni siquiera se dé cuenta de
aquello que hiciste para lograrlo.
Es brindar
a otro la sensación de que en aunque en silencio, tu estas ahí, y cuando no
estas, ese otro notará que algo falta aunque muy posiblemente no sepa que eres
tú.