domingo, mayo 07, 2006

Adán y Eva de vuelta en el Paraíso

Todos sabemos la historia de Adán y Eva. Eva escuchó a la serpiente decirle lo apetitoso que sería una manzana del árbol prohibido. A pesar de las advertencias de su Padre, Eva tentó a Adán y ambos comieron de la fruta prohibida. La decisión de desobedecer a Dios les costaría ser echados del Edén a un mundo donde sentirían dolor y tendrían que trabajar por su alimento. Es de ahí donde proviene nuestra actual idea del pecado original, aquel pecado que hemos heredado de los primeros habitantes de la tierra.

Pero según la Biblia Adán se sumió en un profundo sueño y en ninguna parte dice que haya despertado. Y si cayó dormido justo antes de la que la tentación tuviese lugar, o justo después. Puede que...

Eva sintió curiosidad. ¿A qué sabría esta manzana? ¿Por qué estaría prohibido comer de ese árbol? Adán pensaba lo mismo, aunque no se atrevía a conversarlo con Eva. En el momento en que comieron de la manzana, ambos cayeron dormidos. Y allí comenzó su sueño. Cuando se vieron en el sueño en un lugar desconocido, solos, sin su Padre, sintieron miedo y culpa.

- ¿Qué pasó, qué hicimos? ¡Traicionamos a nuestro Padre!

Se sintieron avergonzados, pensaron que eran culpables y comenzaron a sentir rabia hacia ellos mismos. Pero la rabia era tan insoportable que necesitaban ponerla fuera y culparse el uno al otro. Adán culpaba a Eva, porque ella le había ofrecido la manzana y Eva le decía que ella no lo había obligado, que él pudo haberla hecho entrar en razón.

Todo era tan confuso, no sabían si separarse y tomar cada quien su camino o seguir juntos aún cuando este resentimiento continuaría acompañándolos por siempre. Decidieron mantenerse juntos porque su miedo a sentirse solos era muy grande. Siguieron sus vidas en ese extraño lugar, al cual poco a poco se iban acostumbrando. Cada vez que algo no salía como esperaban, el viejo resentimiento salía a flote y se miraban con rabia y rencor el uno al otro. Sentían en el fondo una profunda culpa que ninguno de los dos se atrevía a admitir.

Luego vinieron los hijos, y los hijos de los hijos y el resentimiento fue pasando de una generación a otra. Con una vida así la muerte parecía más bien una esperanza. Terminar al fin, luego de tantos años, con el sufrimiento, con la guerra fría y el rencor era una mejor alternativa que vivir eternamente. Y así la muerte se convirtió en la salida al sufrimiento y la única vía posible hacia la libertad. Pero lo que sucedía luego es que una y otra vez renacían exactamente en el mismo punto, con el mismo sentimiento de rechazo hacia ellos mismos, sintiéndose desterrados de algo, pero ya sin el recuerdo de dónde provenía tal sensación de dolor, culpa y desasosiego. Lo habían olvidado, no estaba en su conciencia pero si en alguna otra parte, quizás en sus genes, la culpa permanecía intacta entre una vida y otra.

Sin embargo habían atisbos de cordura entre su locura. En ocasiones el amor se colaba en sus corazones y en sus mentes y lograban escuchar voces, pero no entendían muy bien lo que decían. Pero las voces no cesaban por que ellos no las entendían, se mantenían firmes repitiendo siempre el mismo mensaje. Momento a momento, día a día, vida tras vida. El mensaje era siempre el mismo: Sólo estas soñando... Sigues siendo mi Hijo... Aún estoy contigo y tu conmigo... Nunca has dejado el Paraíso....

Cómo podrían Adán y Eva, o José y María, o Cristóbal y Felicia, cualesquiera que fuesen sus nombres actuales, creer semejante cosa. Seguramente eran voces provenientes de sus pensamientos de locura. Todos estamos un poco locos al fin y al cabo.

Aún la voz se mantenía repitiendo el mismo mensaje de muchas maneras diferentes: No estas solo... Nunca me abandonaste... Estas soñando... Sigues siendo puro, inocente y sin pecado... Tal como Yo te creé.

Pasaron los años y los siglos. Cada vez más eran las experiencias que Adán y Eva iban viviendo, una tras otra vida, asumiendo distintos roles en ese lugar fuera del Edén, un lugar que ya consideraban como su hogar, pero en el que nunca habían encontrado la paz y el sosiego total. ¡Y que cantidad de roles habían asumido ya!: desde un rico mercader hasta el más pobre pordiosero, desde el Rey más poderoso hasta el más humilde plebeyo, desde el artista más carismático y sensible hasta el más ruin y egoísta de los hombres. Habían buscado la felicidad y la plenitud en el dinero, el sexo, la fama, el poder, la riqueza y la humildad, la pareja, la comida, las drogas y el alcohol, pero nada había resultado.

Una alegría siempre precedía a una tristeza, un encuentro a una pérdida. ¿Cómo era eso de que luego de la tierra venía el cielo o el infierno? Más bien el infierno parecía ser este lugar donde la culpa y el miedo que aún los acompañaba en sus mentes y sus corazones se proyectaba permanentemente en su exterior.

Una vez Eva escuchó hablar del perdón.

- ¿Qué será eso del perdón?, se preguntó. ¿Cómo puedo perdonar a mis padres después de todo lo que me han hecho? y ni que decir de mi esposo que me traicionó, o de mis hijos que crecieron y me abandonaron. Esta vida no vale la pena, soy una víctima de todo lo que he vivido. Cómo perdonar tales agravios que llevo muy dentro de mi alma. Soy el producto de todo eso. No estoy dispuesta a perdonar!!

Pero extrañas cosas le sucedían. Encendía el televisor y escuchaba a alguien hablando sobre el perdón. Una revista que compró en el kiosco hablaba sobre el perdón... el mundo debía estar volviéndose loco. Una vecina vino a hablarle del asunto y le dijo algo realmente extraño:

- Sólo debes perdonarte a ti misma.
- ¡Eso si era insano! ¡Yo, la víctima del mundo debía perdonarme a mi misma! El mundo si que estaba al revés.

Sin embargo, si no tenía por qué perdonarse, por qué sentía tanta culpa todo el tiempo. Un extraño sentimiento que la acompañaba junto con una gran melancolía como de haberse alejado de su hogar. Sin querer comprometerse comenzó a interesarse en el tema. La información parecía venir de muchas partes y en la mayoría de los casos coincidía. Eso le causó curiosidad.

- ¿No tengo nada que perder? Pensó.

Su vecina la invitó a un grupo donde se reunían a recibir el mensaje de Jesús. Un hombre que vino hace 2000 años a salvar el mundo. Hasta donde ella sabía el había muerto por los pecados del mundo, y entonces por qué el mundo seguía cometiéndolos? Había caos por doquier. Tal vez el mensaje no se había recibido o no se había entendido.

Esta gente decía que Jesús había venido a decirle al mundo que todos eran el Hijo de Dios, sin excepción, y que todos podíamos obrar milagros, igual que El. Por eso pasó por la muerte de su cuerpo, para demostrar que somos mucho más que un cuerpo y para luego resucitar y ascender en cuerpo y alma a su Hogar. Pero no entendimos su mensaje en ese entonces. Seguíamos reforzando la culpa por haber asesinado al Hijo de Dios.

Sin embargo, Dios se aseguró de que su mensaje no se perdiera y de infinitas maneras, una para cada persona, siguió repitiendo el mensaje: Eres el hijo Santo de Dios... Sigues siendo tal y como Yo te creé, santo, puro, inocente... Nada de lo que crees haber hecho durante todas estas vidas ha podido cambiar lo que eres, nada de eso es real, sigues estando en el mismo sitio, acá a mi lado... Sólo estas soñando...

Por muy incoherente que sonara el mensaje, en su corazón podía sentir que era para ella. Y decidió dejarlo entrar en su mente, repitiéndolo día a día sin cesar. Poco a poco comenzó a sentirse más libre y comenzó a compartir el mensaje que a ella había llegado. Ahí algo curioso sucedió, entre más lo transmitía más se hacía parte de ella. Al parecer sí había salida de este mundo oscuro y de terror. Cada día la paz iba penetrando su Ser. En una oportunidad se topó con Adán. Inmediatamente sintieron que se conocían desde siempre. Ella quiso hablarle de lo que había encontrado y el quiso escuchar. Y juntos comenzaron a perdonar sus antiguas rencillas. A medida que se perdonaban a sí mismos admitían más y más quienes eran en realidad. Así empezaron a ver el amor en todos sus hermanos y eso les brindaba paz.

El mensaje era claro, perdona al mundo que creaste y regresa a casa. Tu eres el soñador del sueño, el creador de tu mundo. Mientras lo critiques, mientras huyas de él, mientras lo rechaces lo continuarán viendo igual. Tu mente es quien proyecta el mundo a partir de tus pensamientos de miedo y de culpa y es precisamente eso lo que ves en tus hermanos. Perdona esos pensamientos, pide ayuda a tu Padre para ello, y la paz el amor estarán garantizados.

Y así fue como después de insistir una y otra vez sobre este mensaje y aceptar que seguían siendo los Hijos Santos de Dios, comenzaron a contemplar un mundo lleno de amor y a su propio Ser mismos reflejados en sus hermanos.

Finalmente, cuando todo fue paz y amor en sus mentes escucharon un leve susurro. Era su Padre quien les decía:

- Adán, Eva, despierten... Han estado durmiendo... Profundamente... He permanecido a su lado todo el tiempo... Susurrando estas mismas palabras... Por fin me han escuchado... Siempre hemos estado juntos... Nunca nos separamos... Los he amado eternamente... Sólo fue un mal sueño...

Encrucijada


Un hombre que se encontraba en un momento muy difícil de su vida escuchó hablar sobre una leyenda. Esta hacía referencia a un río al pie de una montaña. El río tenía fama de ser muy turbulento y arrastrar con todo cuanto se encontraba a su paso.

Decía la leyenda, que quien se aventuraba a entrar en su cauce tenía dos alternativas: la muerte o una vida llena de paz y felicidad para siempre.

El hombre analizó ambas opciones y se dijo:

- ¿No es la muerte la vida que estoy llevando? Me siento solo y triste en un mundo ajeno y distante. Nada de lo que he hecho o he tenido me ha hecho sentir pleno, prefiero la muerte a continuar viviendo de esa manera.

Entonces sin pensarlo más se dirigió hacia la famosa montaña. Una vez allá, miró aterrado el fuerte caudal que tenía frente a él. No sabía si regresar o lanzarse. Un sentimiento de miedo lo invadía: miedo a volver a esa vida vacía pero también miedo a lo desconocido. ¿Qué habría detrás de ese enorme caudal? ¿La vida o la muerte definitiva?

Algo en su interior le decía que se atreviese, que todo estaría bien. El hombre se lanzó al río, la corriente lo arrastró y dio vueltas una y otra vez, sentía que no podía respirar y poco a poco sintió como el último halo de vida se escapaba de su cuerpo.

Una rápida película de su vida se presentó frente a sus ojos. En ella pudo ver todo aquello que nunca se atrevió a hacer a lo largo de la misma: contempló a sus compañeros de trabajo y reconoció como nunca se había acercado a ellos por temor a ser rechazado. Vio a sus hijos haciendo sus vidas lejos de él y admitió que no se acercó más a ellos por temor a perderlos algún día. Divisó a su esposa y se dio cuenta de que nunca se dieron la oportunidad de ser felices por temor a dar demasiado de sí mismos y a terminar defraudados el uno del otro. Vio a su padre y sintió un gran miedo a no ser aceptado por él. Recordó su triste muerte, aislado de todos los seres quienes un día prometían ser la fuente de su felicidad. Revivió sus sueños más ambiciosos frustrados por temor al fracaso. Toda su vida había estado marcada por el miedo. ¡No sin razón la felicidad y la fortuna no habían tocado a su puerta! Pudo ver claramente su miedo a no ser amado y a su vez su miedo a que alguien lo amara de verdad, su miedo a amar a los que lo rodeaban, miedo a la traición, al rechazo, al desamor y también a la entrega.

Finalmente, la corriente lo arrastró a un lugar tranquilo. Parecía increíble que ese turbulento y caudaloso río terminara rendido en aquel lugar tan apacible.

Cuando despertó, miró a su alrededor y vio el paisaje. Se trataba de un sitio acogedor y tranquilo, recostado al pie de aquella montaña y a la misma distancia de su hogar. Pero algo había cambiado en su interior: ¡estaba vivo!, ¡se sentía realmente vivo!

¿Sería real aquella leyenda? Si el río no le había causado la muerte, ¿sería entonces que le había sido dada una nueva oportunidad para vivir, así como el verdadero secreto de la felicidad? ¿Qué parte de él se habría llevado el río consigo que aun se encontraba vivo y sintiéndose realmente libre? Con seguridad algo que no era real... El miedo se había ido, ya no sería el mismo. Contempló a su alrededor y vio todo con colores muy brillantes. Sentía una particular atracción hacia todo, como si todo cuanto le rodeaba era parte de sí mismo y a su vez él parte de Todo. ¿Cómo podía sentir miedo alguno si no existía nada fuera de él que pudiese atacarlo ni rechazarlo?

Con esta nueva sensación de totalidad y plenitud emprendió su viaje de regreso a su pueblo y allí contó a todos su historia, pero nadie le creyó. Siguieron pensando que se trataba sólo de una leyenda y que él había enloquecido. Sin embargo, algunos vieron en sus ojos la Paz y comentaban... algo le sucedió a ese hombre en verdad. ¿Qué habrá sido? Y así el río continuó siendo una leyenda... aquel que se aventurara a lanzarse a él moriría o alcanzaría la paz definitiva.