Yo soy maracucha, nacida y criada en Maracaibo. Orgullosa de
mis raíces zulianas. De padre de Santa Bárbara del Zulia y madre gocha. Una
mezcla un poco extraña porque creo que son dos de las regiones de Venezuela con idiosincrasias
más dispares.
Crecí escuchando bromas en contra de los gochitos, cosa a lo
cual nunca le di importancia porque sabía de fuente directa que de tontos no
tenían nada. Con siete presidentes venezolanos gochos y un gran don de mando, si
parecieran ser tontos sería sólo en apariencia y más bien por conveniencia.
Los gochos son cordiales, conservadores en sus gastos y
costumbres, y más bien cerrados en su círculo de amistades (pocos te abren las
puertas de su casa apenas te conocen). Tienen algo que siempre me ha
conquistado: difícilmente sabrás a primera vista cuando un gocho es adinerado o
de los estratos más humildes. Su educación e impecabilidad al vestir y hablar
hace de esta tarea algo bastante difícil. Por otra parte la sencillez de los
que más tienen harán que pasen desapercibidos poniéndolos a todos,
indistintamente de su clase social, en una línea muy cercana y difícil de
diferenciar.
Todo lo contrario a mis coterráneos maracuchos, a quienes
les encanta mostrar lo que tienen y en quienes las diferencias sociales están
más marcadas. No obstante, debo decir a su favor que el calor de los maracuchos
no es sólo por sus entre 30 y 40 grados centígrados de temperatura permanentes, sino también
por su calidez para recibir y acoger a cuanto visitante acaban de
conocer, llevarlo a su casa, presentarle hasta a el gato y luego darle su cama
para que pueda descansar.
No obstante, este artículo es sobre los gochos y sobre como
yo, luego de llevar viviendo en San Cristóbal más de 18 años y de haber criado
a mi hijo en esta tierra, hoy me siento más orgullosa que nunca de mis raíces
andinas.
Y eso por qué? Muy
sencillo, mi orgullo se remonta a febrero del 2014. Comenzando el día 2 de con la primera reunión convocada por María Corina Marchado y Leopoldo López, momento en que el
pueblo acude al llamado y se reúne para intercambiar ideas sobre los problemas que nos aquejaban y
las posibles soluciones. Luego el 5 de febrero, tiene lugar, de manera espontánea, una protesta pacífica en la Universidad de los Andes, región
Táchira, en reclamo por la inseguridad, debido a un intento de violación de una
compañera dentro del campus universitario. A esta protesta las autoridades
estadales reaccionaron atacando y llevándose presos a varios estudiantes,
acción que generó un estallido en una ciudad ya azotada por el
desabastecimiento y las largas colas para colocar gasolina.
Esto fue el preámbulo de lo que serían dos meses y medio de
lucha de un pueblo, contra la represión del gobierno de Nicolás Maduro. Dos
meses y medio que sólo los que vivimos en San Cristóbal podríamos entender. Y
un lapso en el que este pueblo aguerrido se ganó el respeto de toda Venezuela, del
mundo y, por supuesto, el mío.
Esta lucha dejó cientos de detenidos y más de
cuarenta fallecidos, pero también sirvió para desenmascarar al gobierno de
Venezuela, que venía exhibiendo una fachada de “democracia” basada en una
cantidad exagerada de procesos electorales, que sólo pueden demostrar la
necesidad del régimen de hacerse ver como demócratas frente a la opinión
internacional.
Es así como el sufrimiento que vivimos durante esos dos
meses, ese toque de queda autoimpuesto luego de las doce del mediodía de cada día,
trajo sus frutos. Y sólo por recordar y darle mérito a quien lo tiene. Lo que
comenzó en la Universidad de los Andes pronto se extendió a la Universidad del
Táchira, donde los estudiantes atrincherados en su Casa de Estudio, se
organizaron para defender la libertad.
Seguros de que el socialismo del siglo 21 no tenía nada que
ofrecerles sino miseria, prefirieron arriesgar sus vidas con la esperanza de
tener un futuro más prometedor. Y lo suyo hicieron los vecinos quienes
defendieron a capa y espada a estos estudiantes. Les llevaron comida, medicinas
y se ocupaban de avisar, empleando cacerolas, incluso a altas horas de la
madrugada, sobre los ataques nocturnos que la guardia nacional les propiciaba
para tomarlos desprevenidos.
Pero ellos se mantuvieron firmes en sus ideales. Tomaron la
Avenida Carabobo y el tanque de guerra como símbolo de su lucha. Sufrieron algunas bajas, pero nada los
detenía. La lucha que comenzó por los estudiantes se extendió al resto de la
ciudad que pronto estuvo llena de guarimbas por doquier. Independientemente de
las críticas que las guarimbas hayan sufrido a lo largo del territorio
nacional, la gran verdad es que los gochos se enfrentaron con gallardía al
régimen y lo hicieron tambalear.
Lamentablemente, sólo los gochos, y algunos merideños,
maracuchos y valencianos valientes (pero en verdad muy pocos) dieron la lucha que
Venezuela necesitaba. Los dejaron solos. En ocasiones veíamos mensajes de apoyo
por las redes sociales. Quizás el resto de
Venezuela pensó que era suficiente con la lucha de los gochos para sacar a un gobierno que
la mayoría se ocupa en criticar (pero sólo eso), quizás el resto se quedó esperando a que los otros se arriesgaran y se expusieran por ellos, quizás el miedo se ha apoderado del venezolano... No lo sé. Y si no por qué otra razón
el resto del país se conformó con ver las noticias por CNN y hacerle barra a
los gochos? Aún me lo pregunto y no tengo respuestas…
Yo viví cada día de esos dos meses y aún los recuerdo.
Recuerdo la avenida Caracobo y su tienda de campaña y el tanque de guerra y unos cuantos jóvenes
jugando a ser libertadores de un país, con la esperanza en sus ojos, y unas
cuantas calles cercadas con alambre para protegerse de la guardia y de la
desigual lucha entre piedras y pistolas. Y esas calles desoladas que me hacían
recordar al lejano oeste y aquel clamor de los gochos por volver a ser libres…
y yo sólo pensaba, Dios, qué orgullo se siente el tener sangre gocha corriendo
por mis venas!
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