Por alguna razón, quizás porque en el fondo conoce mi amor
por la libertad, la Vida me ha ido poniendo en situaciones en las cuales me he visto
forzada a deshacerme de ciertos bienes materiales y estructuras sociales – o quizás
nunca las he tenido del todo muy integradas a mi ser -.
Aunque siempre, como la mayoría de los mortales, soñé y luego
tuve la dicha de tener una familia, una casa cómoda, un buen carro, un negocio familiar
y un perro, poco tiempo después de casarme el destino me tenía deparadas varias
sorpresas. El matrimonio no salió como pensábamos, el negocio tampoco, la casa y
el carro hubo que venderlos para pagar las deudas y comenzar de nuevo y a los
perros, bueno… eso es otra historia… a los perros tuvimos que regalarlos porque
mataron a la llama bebé (hija de una llama procedente de Perú) del vecino, la
cual tenía ya vendida a un circo.
Pero aunque todo suene como un drama-comedia, la verdad es
que hoy en día no lo veo de esa manera. Eso que en aquel momento parecía el fin,
fue el inicio de una vida llena de libertad y oportunidades de aprendizaje y
crecimiento que quizás no habría tenido en el marco de una vida familia “perfecta”.
Entonces, luego de tener una casa grande, que luego cambiamos
por un cómodo apartamento propio de cuatro habitaciones y tres baños, pasé a
vivir alquilada en un sitio mucho más pequeño pero con un alquiler muy
conveniente (dos habitaciones y un baño), donde en principio no cabían todos
mis muebles, para pronto darme cuenta que tampoco necesitaba de todo eso.
Unos años después, La Lotería del Táchira, dueña del
apartamento donde vivía con mi hijo, me solicitó su devolución, así que me vi
forzada a regalar unas cuentas cosas más, donar todos mis muebles a un
apartamento propiedad de mi familia y meter todos mis peroles restantes en seis
cajas que guardé en un closet de ese mismo apartamento. Lo más curioso es que rara
vez he ido a buscar algo de lo que está en esas cajas, lo cual quiere decir que
la mayoría de lo que está allí no me es realmente indispensable.
En estos momentos, todo mi mundo material (o la mayoría de él)
se encuentra en una habitación en la casa de mi madre, desde la cual me muevo
con total comodidad a donde me place. En
ella uno de mis objetos más preciados, mi juego de maletas, me permite estar
siempre lista para mi siguiente aventura.
Una cama, mi ropa (que creo que es demasiada), una cartelera
donde coloco mis metas y planes más importantes, así como algunas fotos de mis
seres queridos, y una mesita de noche, son las cosas que me acompañan cuando
estoy en casa. Y aunque en mis ensoñaciones siempre viene a mi menta la hermosa
casa con el patio para comer afuera y una pequeña piscina, la familia y el
perro; debo reconocer que se siente muy bien vivir ligera de equipaje.
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